Antes de que David Lynch fuera catalogado director de culto —al darnos obras maestras como Eraserhead y Blue Velvet—, ya era digno de elogio, pues sus primeros cortometrajes convertían lo mundano en algo perturbador de un modo magistral. En específico, en 1968 logró hacer que la clásica canción infantil para aprender el alfabeto pasara de alegre, a algo digno de una pesadilla silenthillesca.
No te molestes en buscar una interpretación para la temática, simplemente es un experimento que terminó en algo fantástico. De hecho, Lynch dice que se inspiró en una historia que le contó Peggy Reavey, su primera esposa, acerca de una pesadilla que tuvo su sobrina con un alfabeto infernal —dado que la niña tenía 6 años en ese entonces, ese terror por las letras tiene todo el sentido del mundo—.
Lo interesante es que la sangre tiene ese aspecto repulsivo gracias a que el editor no sabía que Lynch hizo la grabación en blanco y negro, lo que provocó una saturación tan intensa. Como sea, casualidad o no, ésta es la visión más surrealista que existe del alfabeto. No se la enseñes a un niño pequeño, a menos que quieras alejarlo de la escuela para siempre.
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