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¿Está por llegar el apocalipsis bacteriológico?

El abuso de los antibióticos es un tema complejo

En la larga lista de aspectos de la naturaleza que no terminamos de entender, algunos de los más complejos y a la vez fascinantes se encuentran en el mundo microscópico. Pese a que las ciencias biológica y médica han avanzado a pasos agigantados en el último siglo (aunque, ¿de cuál ciencia no se puede decir lo mismo?), sabemos muy poco acerca de los microorganismos que forman parte de nosotros.

Todo está cubierto por “bichos”, desde la tierra en la que no te dejaban jugar cuando eras niño “porque está llena de gérmenes”, hasta el agua embotellada y purificada que bebes sin preocupación. Toda superficie en el planeta está colonizada por bacterias, en menor o mayor medida, incluyendo tu piel, el cabello de tu pareja que olfateas con cariño cuando la abrazas, el salmón sellado cuando recién lo colocas en un plato, el teclado de la laptop, en fin.

No hay rincón en nuestro planeta en el que, si pudieras hacer zoom más allá de la capacidad de tus ojos, no esté cubierto por pequeños ecosistemas de células y organismos multicelulares. Miles de ellos, desde bacterias, protozoarios, algas, hongos y hasta micro-animales (como los altamente resistentes y populares tardígrados), pueden vivir en una sola gota de agua.

Para agregarle sazón a las cosas, hay que recordar que nuestro cuerpo no sólo está lleno de microorganismos viviendo en una armonía relativa, sino que lo que llamamos “cuerpo” está formado de células vivas. Cada una de esas células, si bien trabaja en conjunción con las demás, es en sí misma un ser vivo, independiente, con micro-intereses. Así que cuando piensas en ti mismo, en “Yo”, en realidad te refieres a billones de microorganismos que respiran, comen, transmiten y reciben información, y trabajan juntos.

Pero esa armonía siempre está en juego. Al igual que la relativa paz en las selvas del Congo se acaba cuando los depredadores necesitan cazar, constantes batallas ocurren en tu cuerpo y en ese instante la jungla de microorganismos entra en conmoción. La manera en que tu ecosistema interno trata de mantener el balance es distinta a la que ocurre entre animales y plantas en la selva, pero sigue ciertos principios: si algunos organismos se reproducen demasiado, el ecosistema puede colapsar.

Hasta hace poco menos de un siglo, el conocimiento acerca de ese ecosistema interior era muy precario. Y hasta 1928, con el descubrimiento de la penicilina, no teníamos muchas maneras de participar directamente en las pequeñas pero a veces devastadoras guerras que ocurren en el interior del cuerpo humano. A partir de entonces hemos recurrido a los antibióticos para curar enfermedades que antes eran incurables, como la sífilis. Gracias a los antibióticos una cirugía ya no es un procedimiento casi tan peligroso como el padecimiento que la hace necesaria y logramos sobrevivir en la mayoría de los casos, pues las infecciones posteriores a tener una herida grave se han reducido en gran medida.

Pero como con todos nuestros avances modernos, el abuso de los antibióticos ha traído consecuencias y, con ellas, nuevos temores. ¿El principal? Que una cepa de súperbacterias resistentes o hasta inmunes a antibióticos diezmen la población humana en una pandemia sin precedentes. Pero ¿realmente es eso posible?

El miedo a la peste

En teoría, es posible que algunas bacterias evolucionen hasta volverse inmunes a los antibióticos, lo que causaría que una infección de estas bacterias se volviera incurable por medios farmacológicos. En la mayoría de los casos, simplemente significaría que no tendríamos manera de curarnos rápida y eficientemente con medicamentos y que habría que dejarle la tarea completa a las defensas naturales del cuerpo.

La Peste Negra es considerada el asesino más letal de la historia
La Peste Negra es considerada el asesino más letal de la historia

Puede que esto no suene a un problema tan grave, después de todo la humanidad ha convivido con bacterias desde su origen e, incluso, todos los seres vivos lo hemos hecho desde el comienzo de la vida. ¿Entonces cuál es el alboroto?

En nuestra historia hemos sobrevivido a unas cuantas pandemias bacteriológicas, algunas más mortales que otras, pero ninguna resuena más que la Peste Negra, la cual causó tal cantidad de muertes que redujo la población de Europa a la mitad en tan sólo cuatro años.

Esa pandemia transformó al mundo, no sólo porque mató entre 75 a 200 millones de personas, en un tiempo en el que la población mundial era de 450 millones, sino porque se grabó para siempre en nuestro imaginario: campos de muertos, ciudades desiertas, cadáveres y cadáveres flotando sobre los ríos y el mar. La peste parecía imparable: quien enfermara, moría, sin importar clase social, lugar donde viviera o credo religioso (cosa que era relevante en ese tiempo).

Si recordamos la peste, o los brotes de cólera que azotaron al mundo durante el siglo XIX y comienzos del XX, podemos entender de dónde viene el temor a una gran pandemia bacteriológica. Cuando especies de bacterias como la salmonella o la E. coli —que se encuentran en todo el mundo, en grandes cantidades y suelen ser las principales causas de infección—, se vuelvan inmunes a antibióticos, las consecuencias serán desastrosas. Es un temor que persiste en la comunidad científica médica desde hace bastante tiempo, pero la realidad es que pese a muchos encabezados amarillistas que aparecen cada cierto tiempo, las cosas no son tan simples.

¿La mejor defensa es la ofensiva?

Desde que comenzamos a utilizar antibióticos se han registrado resistencia a ellos. En el caso de la penicilina, descubierta en 1928 e introducida a la población en general en 1938, se registraron los primeros casos de resistencia en 1945. Con otros antibióticos, como la estreptomicina, los primeros casos de resistencia se registraron tan sólo meses después de su introducción. La cuestión aquí es que ningún antibiótico se ha salvado en este sentido, pues las bacterias evolucionan mucho más rápido que los organismos pluricelulares.

Una vez que una bacteria desarrolla resistencia o inmunidad a un antibiótico, el rasgo nuevo se codifica en un gen que pasa a través de las generaciones. Mientras esto parece terrible en primera instancia, es la manera en la que los microorganismos se mantienen existiendo en el mundo, pues también los sistemas inmunológicos de los animales que éstos infectan evolucionan para contrarrestar estos cambios, generando nuevos anticuerpos que se codifican en el ADN para pasarse a través de las generaciones.

Suponiendo que eventualmente los antibióticos se volvieran inútiles para ciertas bacterias, sería cosa de desarrollar uno nuevo. En un principio una epidemia causada por una nueva cepa de bacteria podría ser peligrosa, pero una vez que el trabajo conjunto de farmacología y nuestros sistemas inmunológicos ocurra, la epidemia puede controlarse. Incluso si llegara al grado de una pandemia, tarde o temprano el cuerpo hará su magia y aparecerán anticuerpos para contrarrestar la mortalidad de enfermedades más resistentes.

El revuelo reciente, sin embargo, se debe a que se han descubierto bacterias, principalmente E. coli y Klebsiella pneumoniae, que son resistentes a colistina, un antibiótico de último recurso utilizado en infecciones severas de bacterias polirresistentes. No es la primera vez que se encuentran bacterias resistentes a este medicamento, pero si la primera en la que el gen que les permite la resistencia no se encuentra codificado en su ADN nuclear, sino en un plásmido libre que pueden reproducir y transmitir a bacterias vecinas.

Lo que eso significa es que, en teoría, estas bacterias podrían compartir su resistencia a otras, como si alguien le prestara a su vecino una podadora para el pasto. Es comprensible, entonces, que surja cierto pánico pues, hasta hace muy poco, no se había descubierto nada parecido. Sin embargo, ¿realmente se avecina el fin de la humanidad a causa de una pandemia?

¿Estamos al borde de una pandemia cataclísmica?

Aún se debate si este nuevo plásmido resistente a colistina representa el advenimiento de un apocalipsis bacteriológico, pero hasta ahora no ha causado problemas graves. Y quizá nunca lo causen. En parte se debe a que “resistencia” no es sinónimo de inmunidad, como el que sea resistente a un antibiótico tampoco quiere decir que lo sea a todos. Hasta ahora se han probado distintas cantidades de colistina en estas bacterias resistentes y se han logrado erradicar. Sin embargo, no es la única resistencia a un antibiótico de último recurso encontrado en un plásmido. En otro estudio reciente, llevado a cabo en la Universidad de Fribourg en Suiza, se encontraron cepas de E. coli, Kiebsiella, Siebsiella y Salmonella con un plásmido resistente a carbapenemas, otro antibiótico de último recurso para bacterias polirresistentes.

Ya que las bacterias que presentan esta resistencia en su ADN nuclear son conocidas por causar la muerte en un 50% de los casos en los que infectan a una persona, que también puedan transmitir la resistencia las vuelve potencialmente terribles. Sin embargo, en los sujetos donde se encontraron estas bacterias no existía infección alguna, sino sólo colonización, como parte de la flora intestinal normal de sus huéspedes. La conclusión a la que llegaron Nordmann y Poirel, los científicos suecos que hicieron el descubrimiento, es que si bien no es beneficioso para nosotros que exista este plásmido, tampoco representa un apocalipsis total.

Para Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, las nuevas cepas no representan algo por lo cual entrar en pánico, sino un reto para la medicina actual. Quizá significan que es necesario un nuevo acercamiento al tratamiento de enfermedades infecciosas, en vez del abuso constante de antibióticos. Para él, no hay razón para pensar que una gran pandemia que destruirá la civilización vaya a ocurrir, pero tampoco que hay que mantenernos de brazos cruzados, inyectándonos antibióticos cada vez que nos enfermamos.

Por un lado, Fauci y otros microbiólogos como Mariana Castanheira, quien llevó a cabo la investigación que descubrió el plásmido de resistencia a colistina, consideran que la razón por la que no está ocurriendo una pandemia pese a que este plásmido debe existir desde hace tiempo, es que las bacterias necesitan de un huésped animal para subsistir. Si matan a sus huéspedes también ellas mueren. Y aunque en ocasiones sucede, es preferible que exista un equilibrio. Por otro lado, parece que en un ambiente tan competitivo como los intestinos humanos, cargar ese plásmido puede ser contraproducente, pues representa un gasto que no siempre encontrará utilidad. Por ese motivo se encontró sólo en cepas aisladas, poco numerosas, en vez de como una característica general.

“No es algo que me asuste”, concluye Fauci. Y quizá no deba asustarnos a la población tampoco, aunque sí es un llamado a considerar nuestro abuso de antibióticos. Para quienes puede representar un problema más grave, en cambio, es a personas con inmunodeficiencias o que se encuentran enfermas, así como para personas hospitalizadas, que conviven en un ambiente de microorganismos infecciosos y que muchas veces dependen de antibióticos para protegerse después de una cirugía.

¿Tomar o no antibióticos? He ahí la cuestión

¿Y qué podemos hacer nosotros? La realidad es que no mucho. Como siempre, dependemos de nuestro sistema inmune para defendernos de invasiones bacterianas. La recomendación es que de no ser realmente necesario, como en el caso de una infección severa, no tomemos antibióticos a la menor provocación. Tampoco tomarlos sin saber primero si lo que tenemos es una infección bacteriológica o viral. En el caso de los virus, los antibióticos no funcionan y sólo causan problemas en la flora intestinal, ya sea porque exterminan a muchas de las bacterias con las que ya nos hemos simbiotizado, lo que permite la proliferación de otras; o porque ayudan a las sobrevivientes a desarrollar resistencia, que en un caso futuro de infección puede hacer que la enfermedad sea muy difícil de curar.

Fuera de eso no hay mucho más que podamos hacer. La higiene, como sabemos, es fundamental para la buena salud, como lo son el ejercicio, una buena alimentación, dormir bien y el buen humor. Aún así, nada de eso nos salvaría de un apocalipsis bacteriológico si llegara a suceder. La cosa es que quizá ya está sucediendo y no es tan terrible como creíamos o, simplemente, no va a ser como creemos que será.

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