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¿El agua en la Tierra tiene orígenes extraterrestres?

Un meteorito encontrado en la Antártida puede indicar que sí

Visto desde el espacio, nuestro planeta azul parece una esfera de agua. Los océanos cubren un 70% de la superficie de nuestro planeta y son esenciales para todas las formas de vida que existen en la Tierra. Pero hasta ahora nadie sabe a ciencia cierta de dónde llegó esta cantidad enorme de agua, que hace que nuestro planeta sea único y perfecto para la vida dentro de nuestro sistema solar.

Nuestro planeta no es el único cuerpo celeste de nuestro sistema solar con un alto porcentaje de agua. Ejemplos como Europa, uno de los satélites de Júpiter, o Encélado, de Saturno, cuentan con una superficie de hielo y, se cree, océanos debajo de ella. Los cometas, descritos popularmente como bolas de nieve sucia, cuentan con una proporción de hielo tan alta que empieza a evaporarse una vez que se acercan al sol, lo que les proporciona su característica cola. Hay asteroides y meteoritos compuestos por más de un 20% de agua. Lo que hace diferente a la Tierra de todos estos otros cuerpos celestes es que es el único de entre los planetas rocosos en tener océanos y agua abundante (aunque se cree que Marte pudo tenerlos antes).

Pese a que la mayoría del agua que existe en nuestro sistema solar se originó después de que el Sol se formara, se cree que los planetas rocosos nacieron como cuerpos áridos ya que los vientos solares y radiación más intensos de nuestra estrella en su juventud evaporaron y expulsaron de la atmósfera de estos protoplanetas los elementos más ligeros, como el hidrógeno. Y pese a que descubrimientos más recientes apuntan a que agua encapsulada en forma de minerales pudo persistir en los planetas interiores, la cantidad no puede ser tan significativa como para explicar la abundancia de agua en nuestro planeta.

Por muchos años se ha creído que el agua que tenemos hoy en la Tierra llegó a nuestro planeta en su juventud, traída por cometas, asteroides, meteoritos y otros objetos que se formaron más allá de la órbita marciana, donde la radiación solar no la evaporó y se mantuvo en forma de hielo.

Puede parecer más lógica la idea de que un cometa, formado principalmente por agua, trajera la mayor cantidad de este líquido vital a nuestro planeta azul, pero un análisis detallado del agua de los cometas comparado con el agua de la Tierra indica que no. La proporción de deuterio, un isótopo del hidrógeno que contiene un protón, es dos veces mayor en el agua de los cometas que en el de nuestro planeta. De ser la fuente primordial de nuestra agua la proporción de deuterio con relación al hidrógeno común, cuyos átomos no tienen protones, debería ser similar o incluso mayor, suponiendo que parte del agua de los cometas se evapora antes de entrar en la atmósfera. Pero no es así. La ciencia apunta a que una cantidad más significativa de agua provino de asteroides y meteoritos, pero hasta hace apenas un par de días no habíamos encontrado pruebas.

El meteorito de la Antártida

Hace un par de días un equipo de científicos del Birbeck College de Londres, liderados por la profesora Hillary Downes, dieron a conocer los resultados de una investigación sobre un meteorito encontrado en la Antártida. El meteorito, llamado EET 83309, está formado por miles de fragmentos de rocas y minerales, lo que significa que proviene de la superficie rota de un asteroide, llamada “regolito”.

Los estudios que realizó el equipo de la profesora Downes demostraron que el meteorito contenía materiales residuales de otros meteoritos, lo que significa que el asteroide del que fue parte en un principio fue impactado varias veces por otros cuerpos. Downes cree que alguno de esos impactos llevó agua al meteorito.

Downes también cree que el impacto y la radiación solar, contra la que no tienen protección los cuerpos del cinturón principal de asteroides al carecer de atmósfera, propiciaron la formación de grandes concentraciones de ópalo en el asteroide.

Hasta ahora este meteorito es el primero en el que se descubre ópalo en abundancia, una piedra mineral formada por silicatos y que contiene hasta un 30% de agua con la misma composición isotópica que la de nuestros océanos. Gracias a este descubrimiento, la teoría de que una mayor cantidad de agua llegó en forma sólida a través de meteoritos y asteroides en vez de cometas cobra fuerza. Pero el descubrimiento también podría apuntar a los orígenes de la vida en nuestro planeta.

¿Pudo la vida formarse en un asteroide?

Si nuestra agua vino del espacio exterior, ¿qué hay de la vida? Quizá nunca encontremos la respuesta pero es probable que no se haya originado en nuestro planeta y que no sea exclusiva de la Tierra. Y si bien esto no resuelve el problema sobre cómo surgió la vida por primera vez, puede ayudarnos en un futuro a relacionarnos con especies de otros sistemas solares.

Considerando que nuestro sistema solar se formó hace 4.6 billones de años y que el universo tiene unos 13.7 billones de años, es arrogante suponer que la vida sólo se formó en nuestro planeta o incluso que fue el primer lugar donde surgió. Aún si el evento que formó la vida en la Tierra no tuviera relación con el resto del universo, las probabilidades de que haya surgido en otros lugares, muchas veces incluso, son tan altas que no podemos ignorarlas.

Una de las teorías más interesantes es que el universo está lleno de vida y que toda esta vida tiene un origen primordial, compartido, que ocurrió en algún momento cercano al Big Bang, al menos en la gran escala cósmica. Nuestro universo es tan vasto que nos resulta imposible dimensionarlo, pero si lo imaginamos como un organismo puede ser un poco más sencillo.

Sabemos que toda la materia que compone nuestro universo se originó en el Big Bang. Al principio sólo había hidrógeno, después helio, después litio, pero una vez que los gases primordiales dieron luz a las primeras estrellas éstas se han encargado de producir los demás elementos que conocemos. Las estrellas son fábricas de materia, fusionando partículas elementales en su interior para formar elementos cada vez más complejos. Como dijo Carl Sagan: todos estamos hechos de polvo de estrellas.

En algún punto, hace billones de años, las primeras estrellas se encontraban mucho más cerca unas de otras. La vida pudo surgir en algún planeta ancestral o incluso en un asteroide y de ahí dispersarse a lo largo de nuestro universo durante su infancia. Un asteroide como del que se desprendió el meteorito de la Antártida pudo colisionar con otro y con otro, hasta formar cristales como el ópalo. Pero las fuerzas de esos impactos sumados con la radiación solar también pudieron transformar moléculas orgánicas, como las que existen en los cometas, hasta que surgieran las primeras formas de vida.

De originarse en asteroides estas células, quizá protobacterias, serían resistentes a la radiación solar y capaces de sobrevivir en el vacío. Hasta hace poco esto parecía imposible, pero ejemplos de seres vivos con estas capacidades existen en nuestro planeta, incluyendo al ser vivo más resistente que conocemos: el microscópico tardígrado u oso de agua. Estos seres primigenios pudieron sobrevivir el impacto de su asteroide nativo con otro y hasta con planetas, inoculándolos con formas de vida capaces de esperar a las condiciones adecuadas para salir de su estado de hibernación espacial.

Al impactar un asteroide grande o un cometa contra un planeta se desprende material hacia el espacio y muchas veces estos nuevos cuerpos pueden salir disparados de un sistema solar por la influencia de fuertes centros de gravedad, como lo es Júpiter en nuestro sistema. La manera en la que la vida pudo empezar a dispersarse por el universo no sería tan diferente a como se esparce una enfermedad.

En escala microscópica, la distancia que recorre la saliva en un estornudo, por ejemplo, es astronómica y pese a eso resulta una manera eficiente de reproducción viral y bacteriológica. En escala cósmica, la separación entre estrella y estrella puede parecernos abismal, pero si comparamos la composición y el comportamiento molecular con el de las galaxias, tal vez no lo es tanto. Para el tiempo de vida de una estrella, incluso el de un planeta, un impacto de asteroide puede ser tan común y frecuente como lo es para nosotros enfermarnos de gripe anualmente.

Por otro lado, como pudo surgir la vida en lugares remotos pudo volver a surgir de manera aislada en otros lugares. Si sucedió una vez es muy improbable que se tratara de un evento único. Es posible que la vida en nuestro sistema solar sea única con relación a la de otros lugares del universo, lo que significaría a su vez que la vida en otros lugares también podría ser única con relación a la de nuestro sistema solar. Ambas cosas son posibles, como también es posible que nos encontremos en medio de una zona muerta en la que nuestro planeta sea el único con vida y nos extingamos antes de conocer a otras especies de otros puntos de la galaxia o del universo.

Quizá nunca lo sabremos, quizá el tiempo de la humanidad culminará antes de que conozcamos a nuestros vecinos espaciales. Lo único que podemos saber es que hace un par de días hemos aprendido un poco más sobre nuestro universo. Quizá un pequeño dato irrelevante en comparación a todo lo que nunca podremos saber, pero no deja de ser algo que nos dará algunas respuestas más sobre nuestra posición en la galaxia, el universo, el cosmos entero.

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