Tecnología

Obsolescencia programada: tecnología con fecha de caducidad

¿Esta polémica práctica sigue vigente?

Todo muere. Ya sean las mascotas que llegaste a amar con los años, los 5 kilos de plátanos que compraste en oferta y maduraron demasiado rápido, o hasta las especies que se extinguen al no poder adaptarse a los cambios climáticos provocados por la contaminación humana. Hasta las estrellas y las galaxias mueren, después de billones de años. Y, quien sabe, pero todo apunta a que el mismo universo dejará de existir eventualmente. Saberlo no significa que debemos conformarnos y, de hecho, pese a ser un evento tan común, que se repite y repite a lo largo de la vida de diferentes formas, nunca deja de ser algo que llena de sentimientos de impotencia y tristeza, a veces incluso de rabia.

Te dicen que es contra agua pero después de 12 meses los sellos se rompen, se le mete líquido y deja de funcionar, ¿casualidad o desgaste natural?
Te dicen que es contra agua pero después de 12 meses los sellos se rompen, se le mete líquido y deja de funcionar, ¿casualidad o desgaste natural?

Cuando muere tu teléfono seguro sientes lo mismo. Esa mezcla de emociones que te deja con el cerebro hinchado, con el pecho agotado. “¿Pero cómo, si ayer estaba bien?”, piensas. Repasas mentalmente todos los momentos agradables que pasaron juntos y te lamentas de que fuera tan joven. “Acabábamos de cumplir un año…”, dices entre murmullos. En ese momento todas las emociones que sientes se apagan de manera instantánea y se reemplazan con ira, una que sólo puede darte al pensar en la teoría de conspiración en la que crees estar enredado: el teléfono acababa de cumplir un año. ¡La garantía acaba de vencer!

No puede haber otra explicación: esas rapaces compañías lo hicieron de nuevo, jugaron con tus sentimientos y tu confianza. No había pasado ni un mes desde que venció la garantía cuando el teléfono partió al cielo de silicón. Recuerdas la cara del vendedor que te ofreció el seguro extendido para 3 años. Esa vez no querías gastar tanto, pensaste que en otra ocasión. Quizá las compañías en realidad no son tan malas, ¿o para qué ofrecerían esas garantías extendidas si todos los aparatos van a fallar dentro de un año? Le das tantas vueltas al asunto, pensando en todas las posibilidades, desde si hubieras elegido el modelo un poco más caro o si lo hubieras apagado más seguido. Es más, te armas de valor para escribir en Facebook algo al respecto.

No, mejor aún, ir a reclamarle al vendedor. Ir al centro de atención a clientes de tu compañía telefónica, buscar al tipo de gafas neón que te prometió que éste teléfono duraría años antes de presentar problema alguno, que te repitió una y otra vez que se trataba de lo más avanzado en tecnología, que era completamente “future proof”, que podrías lanzarlo desde un coche en movimiento y nada le sucedería. Cuando llegas, resulta que el sujeto ya no trabaja ahí. O quizá sí, pero un año es mucho tiempo como para reconocer a una persona con la que interactuaste media hora para comprar un teléfono. Pero un ejecutivo atenderá tu queja. Después de una hora de fila te pregunta cuál es el problema. Y le cuentas. Te dice que lo lamenta, pero la garantía se acaba de vencer. Pero como has sido un cliente fiel…

Media hora después sales con un teléfono nuevo, un plan de datos 2 veces más costoso y la misma garantía de 1 año porque como tuviste que pagar una cuota inicial ya no te alcanzó para la de 3 años. ¿Qué rayos fue lo que pasó ahí dentro?

¿Teoría de conspiración o realidad?

La obsolescencia programada puede parecer un crímen terrible, pero sin ella la innovación probablemente avanzaría muy lento
La obsolescencia programada puede parecer un crímen terrible, pero sin ella la innovación probablemente avanzaría muy lento

Según Judith Chevalier, profesora de finanzas y economía en Yale, y experta en obsolescencia programada, una de las razones por las cuales existe este fenómeno puede entenderse con la historia anterior. Mientras que es cierto que en algún momento existió una especie de consejo mundial de grandes empresarios para planear la vida útil de algunos productos para así poder vender refacciones, el modelo persiste gracias a que los consumidores lo propician.

Pero antes de hablar más de eso, veamos cuál fue esa gran conspiración de la cual surgieron todos los problemas actuales con la fecha de caducidad de nuestros productos.

El 23 de diciembre de 1924 las grandes compañías productoras de bombillos eléctricos, entre las que se contaban a corporaciones gigantes internacionales como Phillips, Osram, y General Electric, firmaron un cartel, conocido como el Cartel Phoebus, para reducir la competencia y estandarizar mínimos y máximos de calidad en sus productos.

Un siglo sin apagarse
Un siglo sin apagarse

Hasta ese momento los focos de luz podían durar más de cien años sin fundirse, como prueba hoy la Centennial Light de Livermore, California, que ha permanecido encendida desde 1901. Pero entre otras cosas el cartel propuso la creación de bombillos con un tiempo de vida de 1000 horas, para obligar a los consumidores a reemplazarlos constantemente.

Los efectos del cartel duraron hasta que comenzó la Segunda Guerra Mundial, pero dejaron huella tanto en el imaginario popular como en el de las compañías, que encontraron maneras de explotar la durabilidad de sus productos de manera que fuera necesario reemplazarlos más temprano que tarde, pero sin que se sintieran como si fueran completamente desechables.

Pero según Chevalier, aunque muchas compañías abusan de sus fieles seguidores de esta manera, la realidad es más compleja, pues los mismos clientes permiten que prolifere un mercado de este tipo al dejarse llevar por el furor de las actualizaciones.

Actualizarse o volverse obsoleto

La obsolescencia planeada nació no sólo para beneficio de las empresas, sino porque se ajusta a nuestros hábitos de consumo; no necesitamos que las cosas tengan fecha de caducidad, cuando nosotros mismos las desechamos de manera cíclica
La obsolescencia planeada nació no sólo para beneficio de las empresas, sino porque se ajusta a nuestros hábitos de consumo; no necesitamos que las cosas tengan fecha de caducidad, cuando nosotros mismos las desechamos de manera cíclica

Para Howard Tullman, director general de 1871, una incubadora de startups digitales, la obsolescencia es una parte natural de la tecnología, nos guste o no. Mientras que en otro tipo de mercados las cosas no cambian tanto (una olla de presión seguirá siendo igual o con pocas mejoras notables por mucho tiempo), en el de la tecnología digital van de la mano el consumismo con la velocidad a la que surgen avances nuevos.

Cada año salen procesadores más poderosos y más pequeños, mejores pantallas, cámaras más precisas, porque hay un mercado por el cual compiten ferozmente muchas compañías. A su vez, esto permite que los creadores de estas tecnologías se esfuercen por innovar de manera constante. El resultado es que el teléfono de ayer se vuelve obsoleto mañana porque la mayoría quiere ser partícipe de eso y existe una predisposición por lo nuevo.

Mucha gente que planea comprar un Galaxy S8 angle o un iPhone 7 Plus tomó la decisión cuando su teléfono actual sigue como nuevo
Mucha gente que planea comprar un Galaxy S8 angle o un iPhone 7 Plus tomó la decisión cuando su teléfono actual sigue como nuevo

Claro, la publicidad tiene algo de responsabilidad en esto, creando expectativas y deseos en los consumidores, pero al final quien consume lo hace por su propia voluntad, sea cual sea su motivo. En el mercado de la tecnología digital, sobre todo en teléfonos y gadgets, a muy pocos les importa que la batería dure 3 años. Según Tullman, “ya que la tecnología evoluciona tan rápido, mucha gente no valora el tiempo de vida extra de una batería más duradera, si de cualquier modo piensa cambiar su teléfono por el modelo nuevo una vez que esté disponible”.

Y conforme evoluciona el hardware, también lo hace el software. Un teléfono creado con la idea de ser cambiado por el modelo nuevo el próximo año quizá tampoco tendrá la capacidad para soportar actualizaciones de software, volviéndolo obsoleto en todo sentido a no ser el de hacer lo que en un tiempo muy lejano era lo único que hacían los teléfonos: llamadas.

Por otro lado, existe otro mercado en el que estas tendencias no aplican del todo, pero también tiene que ver con los patrones de consumo. Mientras que en el mundo de la obsolescencia rige la moda del momento (como en la ropa, donde de no ser por esto quizá no compraríamos más que pantalones de trabajo y camisas duraderas para toda la vida, en vez de prendas y prendas), en el de los productos de lujo rige la elegancia y la durabilidad. Quien compra un Rolex, a diferencia de quien compra un Casio, no sólo espera que su reloj dure toda su vida, sino que sabe que fue diseñado para soportar el peso de un autobús sin problemas: durabilidad, elegancia, confiabilidad.

Pero como este tipo de productos están codificados para un estrato social específico, tienen también un precio muy elevado. Para quien necesita un reloj ahora, ir al centro comercial a cazar un Rolex no es posible. Para nosotros los mortales existen relojes más baratos, que tendremos que reemplazar eventualmente, pero que cuando sea necesario hacerlo podremos pagarlo. Aún así, parece que las cosas están cambiando, aunque sea poco a poco y en sectores específicos.

¿La sustentabilidad volverá obsoleta la obsolescencia?

Como con cualquier otro remanente del estilo de vida humano del siglo XX, nuestro consumismo desmedido y la obsolescencia programada de nuestros productos (sobre todo los electrónicos) contaminó al mundo hasta no poder dar vuelta atrás.

Océanos de baterías gastadas chorreando ácido bañan las costas de silicio, en las que descansan carcasas de computadoras ancestrales y microondas quemados después de encenderlos con un tenedor adentro. Montañas de chatarra cubren el horizonte. Valles de telas sintéticas que nos recuerdan lo terrible que fue la Era Disco van más allá de donde llega la luz del sol. Y todo es nuestro reino, nuestro pasado tecnológico.

Nos hemos dado cuenta algo tarde, pero al menos nos dimos cuenta. Ara, el teléfono modular que está desarrollando Google, es un buen paso hacia un futuro en el que dejaremos de reemplazar todo nuestro teléfono cada año. Y estará disponible para desarrolladores en el otoño de este año. Tesla tiene planes para recuperar las baterías muertas de los coches de sus clientes y reciclarlas para baterías de energía casera.

Son tan sólo 2 ejemplos de compañías grandes y con la fuerza suficiente como para propiciar un cambio significativo, que nos aleje de la tendencia consumista que nos crearon las compañías que amamos y odiamos a la vez, pero que nosotros decidimos alimentar con nuestros hábitos de consumo. También puede ser un cambio que nos ayude a cuidar a nuestro planeta. Quizá esto último será lo que nos impulse más hacia una nueva tendencia de consumo, más frugal, menos frenética, más sustentable.

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