Ciencia

El lenguaje acústico de los animales es tan complejo (y sorprendente) como el nuestro

Parte de ser humano es mirarnos a nosotros mismos y maravillarnos de todas esas cosas que hemos logrado como especie y que nos separan del resto de los animales. Desde espadas japonesas de acero inoxidable, muchos más resistentes y mortales que las garras de cualquier tigre; hasta rascacielos sustentables de más de un kilómetro de altura, que superan no sólo a cualquier árbol sino hasta montañas; sin dejar de lado complejas redes subterráneas de drenaje, transporte y energía que eclipsan las majestuosas ciudades subterráneas de hormigas y termitas.

Hemos extraído metal del subsuelo para construir ciudades tan vastas como bosques. Hemos talado muchos de esos bosques para poder surcar los océanos y conectar las civilizaciones en todos los continentes. Y también hemos procesado esos bosques para hacer papel, para registrar nuestro conocimiento y facilitar su aprendizaje. Hemos credo arte, bibliotecas que han pasado a la historia aún tras arder en el tiempo. Gracias al papel, a los libros, hemos construido cohetes para salir del planeta, con la intención de explorar el espacio y colonizar otros mundos.

Pero hay un eje detrás de todo eso, detrás de todo lo que como especie consideramos “logros”, “avances”. Sin ese algo nunca hubiéramos tenido la capacidad de explotar nuestras otras habilidades, de representar el mundo mediante ideas complejas y abstractas. Es tan importante para nuestra especie que toda nuestra cultura, todo lo que sabemos de nuestra historia, no sería posible sin él: el lenguaje.

En el principio fue la palabra

Me gusta imaginar a mis ancestros sentados alrededor del fuego, asando trozos de carne de mamut después de una gran cacería en la que los miembros más jóvenes del grupo pasaron su rito de iniciación al trabajar en equipo para abatir semejante coloso. Los perros, mucho más parecidos a lobos en ese entonces, comen los restos pegados a los huesos y juegan con los niños. Todos comen y celebran, mientras se cuentan una y otra vez los momentos más intensos de la cacería. Los niños escuchan con atención cómo sus hermanos mayores y sus padres lucharon contra la enorme bestia, cuyos pisotones hacían temblar a la tierra y derribaban árboles.

Una de las niñas, quizá la más cercana a su rito de iniciación, pregunta a los mayores cómo es posible que animales tan pequeños como ellos puedan cazar a otros tan enormes y fuertes sin ser destruidos en el proceso. Uno le contesta que es gracias a su inteligencia superior, contándole a la niña cómo acorralaron a la bestia y la empujaron hasta que cayó en un pozo. Otra le dice que es cierto, pero que sin la destreza y habilidad para tallar finamente sus armas de piedra sería inútil la inteligencia sola. Otros dicen que el fuego les da esa ventaja. Otros que los perros. Otros más, el trabajo en equipo. Nadie parece ponerse de acuerdo, hasta que la mayor del grupo se pone de pie y les dice que nada de eso hubiera sido posible si antes no hubieran aprendido a hablar.

Desde entonces “la palabra”, es decir el lenguaje, ha sido sagrada para la humanidad. Desde nuestra perspectiva es lo primero que nos separa de los demás animales, lo que nos da superioridad y dominio sobre la naturaleza. No es en vano que en muchos de nuestros mitos más antiguos exista un protohumano que nombre a las cosas, porque al nombrarlas se vuelven nuestras, parte de nuestro sistema de aprendizaje.

El lenguaje es sustancial para el ser humano, nuestro pensamiento es representado por símbolos que traducimos en palabras para expresarlo y representarnos en el mundo. Por mucho tiempo nos consideramos los únicos animales en el planeta con un lenguaje complejo y debido a eso inventamos nuestros orígenes como favoritos de los dioses, creados a su imagen y semejanza, es decir, como algo más que animales.

¿Realmente somos tan especiales como creemos?

Nuestra percepción ancestral del lenguaje no es del todo cierta. Sabemos que otros animales tienen estructuras complejas de comunicación, incluyendo representaciones simbólicas. No tenemos dudas de que muchos cetáceos cuentan con un lenguaje quizá igual o hasta más complejo que el nuestro, mientras que otros primates poseen un lenguaje de señas tan avanzado que pueden aprender a comunicarse con nosotros. Koko, la gorila que habla con lenguaje de señas, se convirtió en todo un fenómeno mediático en su momento. El bonobo Kanzi que aprendió a comunicarse por medio de un teclado con lexigramas, demostró que los primates poseen la capacidad de aprender lenguajes distintos, al aprender lenguaje de señas observando videos de Koko.

Sin embargo, los estudios realizados con primates y otras especies habían demostrado que, pese a tener aptitudes lingüísticas más avanzadas de lo que creíamos, no poseían estructura gramatical ni sintaxis. En otras palabras, el lenguaje de los otros animales no se acercaba a la complejidad del nuestro, limitado a símbolos y a la necesidad inmediata de comunicarse para fines sociales. Al menos eso creíamos hasta hace muy poco, cuando los estudios se alejaron de nuestros parientes cercanos para incluir a nuestros antiguos enemigos del Cretáceo: las aves.

Las aves han existido desde que los mamíferos vivíamos ocultos en madrigueras subterráneas. Sabemos que las aves poseen niveles de inteligencia comparables a los de los mamíferos y que entre sus rangos se cuentan a varios de los animales más inteligentes del planeta, como los cuervos. También sabemos que el lenguaje de las aves es complejo, que incluye lenguajes de señas muy particulares (como danzas de cortejo) y hermosos cantos que nos despiertan por la mañana y nos avisan de cambios climáticos importantes. Pero de eso, a tener gramática, es una cosa muy distinta.

La gramática es lo que hace que la frase precaria “perro muerde hombre” tenga sentido para un hablante de español, por ejemplo. También nos permite diferenciar las mismas tres palabras en diferente orden. Gracias a que poseemos una estructura gramatical entendemos que “hombre muerde perro” significa algo distinto a la frase inicial. También nos permite entender que “muerde perro hombre” y “hombre perro muerde” no tienen sentido alguno. Y hasta hace muy poco todo parecía indicar que el ser humano era el único que poseía un lenguaje con estructura gramatical.

Un nuevo estudio llevado a cabo en la Universidad de Leiden en Países Bajos comprobó que al menos dos especies de aves poseen un lenguaje con estructura gramatical: taeniopygia guttata y melopsittacus undulatus, mejor conocidos como pinzón cebra y periquito común (también llamado “periquito del amor” en México), ambos muy populares como mascotas. El estudio se basó en la capacidad que tienen estas especies para interpretar combinaciones nuevas de sonidos aprendidos con anterioridad.

El canto gramatical de los pájaros

Para probar las habilidades gramaticales de los pájaros, Michelle Springs y Carel ten Cate crearon canciones editando clips de melodías de las mismas aves. Crearon dos cantos nuevos, uno en el que los sonidos fueron ordenados XYX y otro con el orden XXY, y entrenaron a las aves a picotear un sensor que correspondía a cada canción. Después se les dio a escuchar canciones nuevas de clips distintos que estaban ordenados de la misma manera que las canciones de entrenamiento.

Ambas especies de aves usaron el conocimiento aprendido con las melodías de entrenamiento para distinguir entre las canciones nuevas. Esto demostró un nivel de comprensión gramatical similar al de infantes humanos, según el estudio.

Mientras que ambos grupos de pájaros demostraron habilidades gramaticales fundamentales, las dos especies lo hicieron de manera distinta. Los pinzones pusieron atención a la posición de elementos específicos dentro de la estructura de la canción y pudieron reconocer esos elementos cuando cambiaban de lugar en la secuencia. Por otro lado, los periquitos detectaron la estructura de la canción en sí y utilizaron ese conocimiento para diferenciar entre canciones cuando variaba la estructura.

La habilidad para percibir relaciones abstractas entre elementos era algo que se creía único a la humanidad pero, como demuestra este estudio, es posible que otras especies tengan la capacidad de reconocer irregularidades gramaticales en su lenguaje. Esto puede indicar un caso de evolución paralela entre humanos y otras especies animales, concluye el estudio.

Pero mientras que estas aves son las primeras en demostrar conocimiento gramatical, no son las únicas en demostrar capacidad para el pensamiento abstracto. En otro estudio realizado a comienzos de este año se encontró que los cuervos tienen la capacidad de imaginar que son espiados, un nivel de abstracción que se creía existente sólo en humanos.

Amo el canto del velociraptor, dinosaurio de cuatrocientas voces

Después de conocer estos estudios no suena tan descabellada la concepción de la inteligencia de los velociraptores en Jurassic Park —pese a ser bastante exagerada— considerando que son los ancestros de los pájaros. Quizá, si no se hubieran extinguido, podríamos tener dinosaurios en casa con los cuales platicar e intercambiar ideas. Tal vez hasta un jefe styracosaurus, como en la serie de ABC Dinosaurios.

Si no se hubieran extinguido habría dinosaurios hablando todo el tiempo, como hacemos nosotros. Cantando en los bosques, el desierto, las montañas. Dinosaurios caminando por las calles de Roma, compartiendo los mejores lugares para tomar café entre ellos. Dinosaurios bañándose en la playa, entre nosotros. Nadie envidiaría a Chris Pratt en Jurassic World, porque cualquiera podría entrenar dinosaurios para montarlos y jugar carreras.

Ah, si tan sólo no se hubieran extinguido los dinosaurios... Aunque, si lo pensamos bien, las aves no son “descendientes” de dinosaurios, sino dinosaurios en todo su derecho, como los primates no somos “descendientes” de mamíferos sino mamíferos tal cual. Eso quiere decir que hay dinosaurios en los árboles, cantando, comunicándose entre ellos. Las gaviotas, los flamencos, los pingüinos, los Martín pescador, y todas las aves con las que compartimos la playa son dinosaurios. Las águilas, los cóndores, los halcones, los buitres, todos los pájaros que circulan sobre los personajes que deambulan por el desierto en películas de vaqueros son dinosaurios. Los avestruces, sobre las cuales se corren carreras en muchos lugares de África, son dinosaurios. Los pollos, una de las bases de la alimentación omnívora humana, son dinosaurios.

Estamos rodeados de dinosaurios y todos hablan. Todos cantan. Algunos hasta tienen estructuras gramaticales que apenas estamos descubriendo. Quizá nuestra fantasía de un mundo paralelo dominado por dinosaurios trajeados no es tan extraña después de todo. Por otro lado, los pájaros han estado cantando desde hace mucho tiempo y apenas nos hemos dado cuenta de que dicen más de lo que creíamos. Tal vez hasta se cuentan cosas. Tal vez hasta hablan de nosotros.

Lo que queda claro después de estos estudios es que pese a que nos creemos superiores a los demás animales y a la naturaleza, no hemos terminado de comprenderla. Nos falta mucho para develar sus secretos. Nos falta aún más para poder comunicarnos con ella. Quizá cuando llegue el momento nos daremos cuenta de que nuestra idea de superioridad se basa en lo que nos hace ser humanos y sólo en eso: somos mejores humanos que los demás animales, pero no somos mejor que los demás animales en cuanto a ser animales. Este tipo de estudios nos ayudarán también a desmitificar lo que creemos que nos hace humanos. Nos ayudará a mirar hacia nuestro interior con ojos más sabios. ¿Tal vez el lenguaje no es lo que nos hace diferentes después de todo? Puede que algún día lo sabremos, pero también puede que no.

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