Si Carreño tuviera un smartphone...

El celular ha afectado los modales que tenemos en la mesa

Mi novia me regaña por consultar mi celular a la hora de la comida. Sea porque estoy enfrascado en Twitter en una discusión sobre la gran película que vi (en esta semana, Pacific Rim) o respondiendo correos a diestra y siniestra, continúo pegado al móvil entre bocado y bocado. Lo mismo si estoy en una conversación grupal ―sobre todo, si no es de mi completo interés―, sigo el tema del momento en redes sociales o redacto mails (en serio, manejar 5 buzones simultáneos no es cosa sencilla).

Por supuesto, no soy el único. Quien no haya sacado su teléfono a la mitad de una comida, una cita o una junta de trabajo ―por mencionar ejemplos― para responder un mensaje de WhatsApp, que tire la primera piedra. De acuerdo con un estudio de la firma Jumio Inc., de 1000 personas encuestadas, 35% usa su smartphone en el cine, 33% durante una cita, 32% en un acto escolar, 19% en la iglesia o templo, 12% en la ducha y 9% mientras mantiene relaciones sexuales.

Prácticamente 1 de cada 10 personas consulta el celular durante una relación sexual
Prácticamente 1 de cada 10 personas consulta el celular durante una relación sexual

Vivimos pegados a los teléfonos inteligentes y por ello ahora proliferan cientos de artículos que nos instan a separarnos del móvil un par de horas (ya no digamos un fin de semana). Incluso se ha acuñado el término nomofobia para quienes sienten ansiedad por perder su celular, quedarse sin batería (o crédito) o carecer de cobertura de red. A pesar de que la nomofobia no es una patología acreditada, es probable que en unos años sea reconocida como un tipo de desorden psicológico.

Estar conectado se ha convertido, con el estilo de vida actual, en una necesidad que en ciertos casos podría considerarse obsesiva. En los últimos años, esto ha afectado diferentes aspectos de nuestra cotidianidad. Quizás uno de los más alterados por esta conducta sea el ritual de la comida. Sea porque contestamos mensajes, nos distraemos en redes sociales o tomamos fotos a nuestro platillo, el celular se ha hecho un hueco (molesto para unos, indispensable para otros) a la hora de tomar los sagrados alimentos.

No suba los codos (ni el celular) a la mesa

Si preguntáramos a Manuel Antonio Carreño, creador del célebre Manual de urbanidad y buenas maneras (mejor conocido como Manual de Carreño), si aprueba el uso del celular durante la comida, seguramente diría que no. Después de todo, sus recomendaciones son estrictas y dudo mucho que le hiciera gracia que el comensal estuviera en Facebook publicando un estatus sobre cuán picante está la salsa.

Según los manuales de urbanidad y buenos modales, no se justifica colocar el celular sobre la mesa a la hora de comer

Los defensores de las buenas maneras señalan que utilizar el celular durante la comida es una grosería. Algunos comparan colocar el teléfono sobre la mesa con poner otros accesorios personales como las llaves, el lápiz labial o la cartera. Si bien la excusa es la urgencia ―esperar una llamada o un correo importante―, los manuales de urbanidad coinciden en que difícilmente se justifica la presencia del móvil entre los cubiertos.

Las normas de educación señalan que el teléfono siempre debería estar en un perfil discreto (silencio o vibrador); y que si hay alguna llamada programada, hay que notificar antes a las personas con quienes comemos. Igual, se insta a no contestar los mensajes de texto sino hasta después de comer (o, en su defecto, hacerlo rápidamente por debajo de la mesa). Por supuesto, muchas de estas reglas pierden vigencia y generan reacciones encontradas.

Algunos restaurantes ofrecen descuentos a cambio de que el comensal deje su celular antes de ingresar
Algunos restaurantes ofrecen descuentos a cambio de que el comensal deje su celular antes de ingresar

Algunos restaurantes ofrecen descuentos para inhibir el empleo del celular a la hora de comer. El Eva Restaurant, en Los Ángeles, ofrece 5% de descuento por dejar el teléfono con la recepcionista. Los comensales han respondido positivamente a la medida, pues entre 40% y 50% se despegan del celular. Otros locales, como una tienda de emparedados en Vermont, carga $3 USD más a la cuenta si se utiliza un móvil en el mostrador. Algunos, más exigentes, incluso deniegan el servicio si se emplea el teléfono durante el consumo de alimentos.

Si mi comida no está en Instagram, ¿realmente comí?

Comer es más que una necesidad, es un acto social. Es la razón por la que nos reunimos con la familia los domingos, por la que vamos con los colegas del trabajo a la fonda de la esquina o por la que la cena romántica es un paso obligatorio del ligue. Comer es compartir. En la mesa, a veces, lo de menos es ingerir algo; en ella se discute, se debate, se comenta, se ríe, se habla de lo nimio y lo trascendental. Esa es la razón de la sobremesa: prolongar el espacio de interacción.

Pero hoy, el término compartir tiene un significado más amplio. Las redes sociales nos permiten compartir con miles de extraños los detalles intrascendentales de nuestra vida. Uno de ellos es, por supuesto, lo que hemos comido. ¿Qué sería hoy de servicios como Instagram si nos resistiéramos a fotografiar nuestro vaso de Starbucks y nuestro plato de chilaquiles?

Fotografiar lo que comemos y publicarlo en una red social es una forma de hacer a otros partícipes de nuestra cotidianidad
Fotografiar lo que comemos y publicarlo en una red social es una forma de hacer a otros partícipes de nuestra cotidianidad

En realidad, compartir lo que comemos es una forma de socializar. Las fotos son un ejemplo significativo, pero no el único. Nunca falta la recomendación (o queja) sobre un restaurante en Foursquare; el comentario sobre lo bueno (o malo) de cierto servicio en Twitter; o la imagen de denuncia de la cucaracha gigante ―modificada con Photoshop― en esa hamburguesa de cadena rápida en Facebook. La comida es, muchas veces, otro pretexto para seguir la conversación.

Por más que los restaurantes sean detractores del empleo de los celulares en la mesa, saben que el usuario desea compartir su experiencia con los demás. De ahí las promociones por hacer check-in (¡haga 19 check-ins y al vigésimo le damos 5% de descuento!); las campañas publicitarias en Twitter y los concursos de Facebook (sube una foto tuya en nuestro restaurante y gana fabulosas promociones exclusivas). Curiosamente, el celular en la mesa también ha generado una nueva microeconomía (porque de algo tienen que vivir los influencers).

La culpa no es del teléfono

Siempre he defendido la compatibilidad entre el celular y las relaciones sociales. El problema no es el teléfono, sino quien lo utiliza. Es factible tener un móvil en la mesa y usarlo con educación y cortesía; incluso, como una herramienta para impulsar la conversación. Por otro lado, emplearlo para evadir la interacción cara a cara sí es una rudeza, pero la acción no se debe a la existencia de un smartphone: puede hacerse mediante el uso de un libro, un diario, el menú del restaurante o la goma de mascar pegada a la suela del zapato.

Usar un teléfono en la mesa debería ser válido, siempre y cuando estimule la conversación y no la inhiba

Tener un teléfono sobre la mesa debería ser válido. En primer lugar, porque es cierto que el trabajo muchas veces nos pide permanecer atentos casi todo el tiempo, pero también deberíamos permitir al celular en la mesa como otro mecanismo social, uno que nos dé la oportunidad de hacer partícipes a otros (desconocidos o no) del momento. En la mesa pueden caber muchos más.

Inténtalo. Sé que al mundo no le faltan más imágenes de comida en redes sociales, pero hay muchas maneras más de integrar tu celular a la dinámica. Comparte la dirección de tu restaurante favorito; deja un tip en Foursquare de tu platillo favorito; toma una foto de los comensales al final de la comida y guárdalo como un recuerdo ―más si se trata de alguna celebración especial―. Es más, apunta el nombre de un platillo que te haya interesado y búscalo después en Google para prepararlo en casa. Hay decenas de maneras.

Si Carreño tuviera un smartphone, quizás aprobaría su uso para ser un mejor conversador y una persona más empática. Ahora, si todo esto no te convence, sólo apaga tu teléfono un par de horas y no te agobies por las llamadas perdidas y los correos sin responder. Sólo, por favor, evita culpar de todos los males al celular. Como dirían: no tiene culpa el teléfono, sino el que le puso plan de datos.

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