El auge del hacking cívico

Una ola de programadores ciudadanos está cambiando la escena actual

La palabra hacking suele asustar a la gente. Lo primero que viene a la mente es la imagen ochentera del pirata informático ―traducción más aceptada, aunque no siempre correcta―: un tipo antisocial en su sótano, tratando de robar contraseñas o irrumpir en una cuenta de banco.

La verdad es que el hacking es, históricamente, más benévolo y ético de lo que se piensa. Una rama, por ejemplo, se dedica a explorar las brechas de seguridad para alertar a otros programadores y encontrar soluciones. El área de la que quiero hablar esta vez es aún más fascinante: el hacking cívico.

Aunque la imagen popular del hacker es maliciosa, en realidad, su función es mucho más benévola de lo que se cree.
Aunque la imagen popular del hacker es maliciosa, en realidad, su función es mucho más benévola de lo que se cree.

Unas clases de civismo

Quizá el término hacking cívico te parezca contradictorio. ¿Cómo puede ser una práctica considerada desleal (por decir algo ligero) estar del lado de lo cívico? Bien, como mencioné, lo primero que se debe hacer es botar esa idea prejuiciosa sobre los hackers. En realidad, son tipos con grandes habilidades para la informática que usan ese poder ―como diría cierto superhéroe arácnido― con gran responsabilidad.

Estoy seguro de que en la primaria o en la secundaria tuviste clases de educación cívica. En ellas, te enseñaron a respetar las leyes, a practicar ciertas normas de convivencia y a seguir las reglas de urbanidad. La finalidad del civismo es que vivamos en paz y convivamos de manera tranquila y afable. Por supuesto, la educación cívica también nos enseñó el valor de la denuncia. En teoría, no sólo aprendimos a respetar al prójimo; igualmente, conocimos la importancia de señalar la corrupción, la delincuencia y la deshonestidad.

Un hacker cívico usa la tecnología para generar soluciones nuevas a problemas públicos

En la educación cívica, la sociedad juega un papel muy importante. Si bien el gobierno es quien administra la justicia ―como la policía o las cárceles―, las personas nos autorregulamos desde el nivel más básico. Desde el individuo que regaña a su vecino por tirar la basura en la calle hasta el comité de colonos que acude al ayuntamiento a demandar servicios; todos estamos involucrados en este tipo de tareas ciudadanas.

El ejercicio de la ciudadanía sucede cuando una persona se preocupa (y ocupa) por su entorno. Aquí es donde entran los hackers cívicos. Ellos decidieron dar un nuevo enfoque a este interés: ¿qué ocurriría si creáramos tecnologías cívicas para atender estos problemas? Así nació su misión: usar la informática como herramienta de la ciudadanía para atender problemáticas públicas.

La aplicación que costó $115 millones MXN

Mi caso favorito de hacking cívico se efectuó este mismo año. En marzo de 2013, el diario Reforma publicó una nota en la que denunciaba una licitación por $115 millones MXN para desarrollar una aplicación para la Cámara de Diputados. Para que pongas en contexto ese dineral, el monto superó el apoyo sumado de todos los fondos de inversión para start-ups en México en 2011 y 2012.

Codeando México evitó que se derrocharan $115 millones MXN en una aplicación móvil

En respuesta, la asociación Codeando México lanzó un reto a programadores para desarrollar una alternativa de bajo costo. Se presentaron 130 propuestas, de las que resultaron 5 aplicaciones finalistas. Gracias a esta movilización (que en redes sociales se llamó #app115), el erario público se ahorró varios millones de pesos y, mejor aún, puso el dedo en la llaga sobre la forma en que se otorgan las licitaciones de software.

La historia no termina ahí. El revuelo que generó Codeando México fue tal que, hace unos meses, el Sistema de Administración Tributaria (SAT) lo contactó para lanzar otro reto: desarrollar la aplicación móvil de dicha dependencia. Así, otra licitación que pudo haber caído en manos de una empresa abusiva, se resolvió gracias a la participación de la comunidad de programadores del país.

Domar al elefante blanco

¿Suena demasiado bien para ser verdad? Pues sí. Los mismos hackers cívicos lo reconocen: no todas las aplicaciones tienen un final ideal. Eduardo López, uno de los miembros de Codeando México, señala que el gran problema que enfrentan es el solucionismo.

El solucionismo es el lado oscuro del hacking cívico: creer que un programa basta para cambiar todo
El solucionismo es el lado oscuro del hacking cívico: creer que un programa basta para cambiar todo

El solucionismo es la creencia de que todos los problemas tienen una solución benigna, casi siempre de una naturaleza tecnológica. Es decir: se trata de la falsa noción de que una tecnología (una aplicación, un aparato, un programa) resolverá todas las aristas de un inconveniente. Como con el activismo en redes sociales: no todo se arregla con un clic; mucho menos, con un software.

El concepto de solucionismo viene de Evgeny Morozov, uno de los críticos más férreos de Internet como herramienta de cambio social. Él sostiene que el solucionismo es común ―si no, basta con mirar los elefantes blancos: obras de gobierno de alto costo y nulo impacto―, y la red lo fomenta. Si quieres profundizar en sus ideas, esta entrevista reciente al respecto trata el tema.

Las asociaciones estás conscientes del problema del solucionismo y procuran que quienes proponen soluciones no caigan en esta falacia. Por ejemplo, Desarrollando América Latina (DAL) exhorta a sus participantes a no crear aplicaciones nuevas que, dicho coloquialmente, descubran el hilo negro. En su lugar, prefieren programas que hayan sido probados en otros escenarios o que se desarrolle para robustecer soluciones probadas. Hay que domar el elefante blanco para evitar que el hacking cívico sea infértil.

¡Ábrete, Sésamo!

No se puede hablar de hacking cívico sin tocar los movimientos abiertos ―aunque éstos merecen su propio artículo―. Existen 3 aristas principales: los datos abiertos (open data), el acceso abierto (open access, del cual ya hemos escrito) y el gobierno abierto. En síntesis, el movimiento abierto sostiene que si algún tipo de información fue financiada con dinero público, debe ser pública y entregada a la gente de forma accesible, legible e interoperable. Es un tema muy cercano a la transparencia, pero también a la difusión del conocimiento y a la apertura de la información.

Los datos abiertos permiten que los hackers cívicos tengan acceso a información útil y provechosa

Cuando cruzamos esta filosofía con el hacking cívico, nos topamos con algo maravilloso. Un gobierno, por ejemplo, puede poner a disposición una base de datos. Los hackers cívicos toman esta información, la procesan (con ayuda, muchas veces, de expertos de otras áreas que no están negados a la programación) y generan una solución. El gobierno la implementa y genera un cambio.

¿Parece utópico? Pues no lo es. Es algo que se ha hecho en muchos países desde hace años. En Inglaterra, por ejemplo, se abrió la base de datos de cirugías cardíacas exitosas. La gente podía consultar la información en una plataforma web para saber en cuál hospital les convenía operarse. El resultado: un incremento de 50% en la tasa de supervivencia en dichas intervenciones quirúrgicas.

Lo más grandioso es que el límite de las soluciones está dado por la imaginación y el conocimiento. En América Latina, el hacking cívico está dando sus primeros pasos, pero con fuerza. Aún queda mucho por depurar, pero el esfuerzo es tangible y fructífero. Si te interesa el tema, te recomiendo leer y conocer a fondo iniciativas como Codeando México, Desarrollando América Latina, Social TIC, Escuela de Datos u OpenDataMX. Quizá no podamos solucionarlo todo con la programación, pero vale la pena intentarlo.

Fotos:

(cc) Desarrollando América Latina / Flickr
(cc) Nearsoft / Flickr

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